Tiqui miraba sorprendido a su maestro.
—¿Entonces quiere decir que puedo transformar a mi tía Gilda en una iguana?
—Solo si ya lo fue alguna vez antes —contestó Flumbus con la seriedad que tanto le caracterizaba.
—Pero si solo la puedo transformar en algo que ya fue antes, no la podré transformar en nada. Nunca ha sido algo que no fuera… En fin, mi tía Gilda.
Flumbus se removió en su asiento. Estaba irritado. Era la tercera vez que le explicaba aquello.
—Como ya te he dicho antes —le lanzó una mirada severa—, tu tía siempre ha sido una iguana.
—¡Pero a mí siempre me ha parecido más bien un lagarto grande!
—Un lagarto grande, una iguana. ¡Qué más da! Es todo lo mismo —exclamó Flumbus con exasperación.
Tiqui no lo entendía. Su maestro daba por básicas algunas cosas sumamente complicadas.
—¡Pero el otro día me dijo que era un octópodo! ¡No lo entiendo! Si tiene diez tentáculos es una sepia.
Armándose de paciencia, Flumbus procedió a explicárselo de nuevo.
—Te pierdes entre lo racional y lo mágico, pequeño. Está claro que es un octópodo.
—Puedo aceptar lo de la iguana, ¡pero jamás diría que es un pulpo!
Con un suspiro, Flumbus miró a la tía del muchacho y con un simple ademán de su mano la transformó en un bonito y sabroso pulpo.
—¿Ves? —Se dirigió a su joven pupilo con una ceja arqueada—. Si no fuese un pulpo no podría haber hecho eso.
—Solo le has quitado un par de tentáculos —refunfuño Tiqui—. Eso podría haberlo hecho yo igual.
—Ah, ¿pero se los podrías volver a poner?
El muchacho se puso de morros. Evidentemente no podía. Eso todavía no lo habían estudiado.
—Solo quiere hacerme quedar como un mal estudiante.
—Al contrario, eres el mejor que he tenido. Por eso tu tía es una iguana y un pulpo.
Eso terminó de convencer a Tiqui, que nunca se lo había planteado así.
Desarmado por las palabras amables de su mentor, lanzó una sonrisilla tímida.
—Disculpe maestro. Tiene razón. Como siempre.
—No pasa nada, Tiqui. No es culpa tuya. Es lo que tiene ser un besugo.