Barrido Supersónico

—Tiqui, ¿se puede saber qué estás haciendo? —preguntó el Flumbus con curiosidad, casi seguro de que la respuesta no iba a gustarle.

—Estoy intentando lanzar un hechizo de barrido supersónico —musitó Tiqui, intuyendo que la respuesta no le iba a gustar a su maestro, aunque sin saber por qué.

Flumbus exhaló un largo suspiro que meció su larga barba.

—¿Crees que te pago para que barras con hechizos? Eso lo podría hacer yo igual.

—Pero ¿qué más da si barro con hechizos? Lo importante es que esto acabe limpio, ¿no? —protestó Tiqui, aun sabiendo que no iba a conseguir nada con su queja.

“Además, si nunca me ha pagado…”, se guardó para sus adentros.

—¡Cómo que no te pago! —Exclamó Flumbus colérico—. ¿Acaso el conocimiento de las artes místicas no es pago más que generoso por los escasos beneficios que me aportas?

Tiqui bajó la mirada, avergonzado.

—Si maestro, por supuesto.

Flumbus suavizó su mirada, pero su actitud seguía sin dejar lugar a discusión.

—No puedes usar la hechicería para cualquier tarea básica, pequeño. Hay algunas cosas que se deben hacer bien. Si no, nunca las apreciaremos.

Evitando mostrar su irritación, Tiqui respondió con falsa humildad.

—Por supuesto, maestro.

—Bien, bien. —Flumbus asentía con satisfacción—. Ahora barre esta habitación como haría cualquier persona normal.

Con un gesto de resignación, Tiqui movió las manos con desgana en un círculo en torno a él. Una luz brillante permaneció ahí donde sus extremidades recorrían el espacio, dibujando una figura circular con runas grabadas en tonos multicolores.

Del círculo emergió poco a poco la figura de un ser con la piel parda y numerosos cuernos recorriendo la misma. Los ojos eran dos llamas, la boca una sinfonía de colmillos afilados, y la nariz, inexistente, dejaba ver los orificios nasales que cabría esperar en una calavera.

Con actitud cansada, Tiqui alcanzó una escoba que estaba próxima y se la tendió al ser conjurado.

—Toma, barre —le dijo sin ápice de emoción.

—Si, amo —respondió su siervo, con un una voz gutural que hacía titilar la luz de la estancia.

El ser se puso manos a la obra, con barridos rápidos y precisos, como solo un profesional haría.

Flumbus miró satisfecho a su alumno.

—Como siempre, al final no decepcionas, Tiqui. —Se acercó a su alumno y le apoyó la mano sobre la cabeza—. ¿Si usamos la hechicería para cualquier cosa básica, en qué nos convertiremos?

—En unos vagos y en unos hechiceros —Tiqui lo dijo como quien repite un mantra. Lo repetía casi todos los días.

—¿Y por qué no queremos ser hechiceros?

—Porque los hechiceros no tienen ni idea de nada —continuó, finalizando el mantra diario.

Flumbus asintió.

—Eso es —asintió—. Nosotros somos magos, invocadores —las palabras salían cada vez con mayor fervor—, ¡Conjuradores! —Apuntó un dedo al cielo—. ¡Taumaturgos! Pero nunca hechiceros. Esa gente solo sabe… ¡Bah! No sabe nada.

Tiqui decidió omitir el hecho de que eso era lo que acababa de decir. Cuando a su maestro le entraba la vena clasista era mejor dejarle despotricar.

—Bien, ahora hazme el té —dijo más calmado Flumbus—. Y ni se te ocurra usar una tetera, o me enteraré.